El ser humano está expuesto a múltiples microorganismos microscópicos (patógenos) como hongos, bacterias, virus y parásitos, los cuales pueden causar diversas enfermedades que van desde leves hasta muy graves. Es aquí donde el sistema inmune tiene un papel fundamental, ya que es el responsable de mantenernos sanos y protegidos, porque puede reconocer a millones de microorganismos diferentes y activar células específicas para luchar contra cada uno de ellos.

El sistema inmune tiene la capacidad de distinguir entre las células propias y los componentes que le son ajenos o extraños (conocidos como antígenos). Por lo tanto, si el sistema inmune detecta un componente extraño al organismo, éste dispondrá de todas sus células y activará otras para inmediatamente combatirlo.

No obstante, el sistema inmune puede fallar por diversas razones y entonces también atacar a las células o tejidos del propio organismo, lo cual da lugar a enfermedades llamadas autoinmunes o cáncer. En otros casos, puede haber respuestas del sistema inmune muy exageradas y dañinas contra componentes externos que normalmente no son dañinos; así se producen las alergias.

Es importante mencionar que el sistema inmune tiene una organización exacta, y está compuesto de un conjunto de diferentes componentes que trabajan coordinadamente de manera temporal a través de una red sofisticada y compleja de diversos órganos, tejidos, células y sustancias. Todos estos elementos se activan en el momento que se detecta algún componente de un microorganismo extraño para el organismo.

Los órganos que forman al sistema inmune se encuentran localizados estratégicamente en todo el cuerpo humano. Los dos más importantes son el timo y la médula ósea, seguidos de los adenoides, los ganglios linfáticos, el bazo y las amígdalas.